sábado, julio 16, 2005

Pasar el invierno

La sentencia se llevó a cabo:
por mi ventana lo veo
colgando de la cuerda
con unos broches en las orejas

la crueldad no tiene limites

el oso fue separado de mi
pequeño calor
y condenado
a fregada y centrifugador


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En el invierno
las flores son rara-avis
todo lo que pude conseguir en la ciudad
es este ramo
de lápices de colores


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Dos lagos reposan, uno sobre otro
cuando en invierno
la superficie se congela
la profundidad sigue en movimiento

Pasar el Invierno 2

Cansada de mí
mente páramo
altiplana y seca

hice la lista con letra segura:

Bote inflable
salvavidas
patas de rana
remo
peces de colores
antiparras
snorkel
media tonelada de algas
caracoles de agua dulce
y ocas blancas

Abrí las canillas y cerré con llave
Nota con chinches en la puerta:
«Fui de compras al mercado»

Perro Zen

Umi tenía seis años cuando acompañó a su padre por primera vez a sus viajes de trabajo. Este vendía de telas y recorría toda la provincia en jornadas de varias semanas. Llegaron al atardecer al pueblo de Tui-Tui Fueron a la casa de un cliente que adiestraba perros para el emperador, y tenía 102 animales en su propia casa. Su padre la presentó y Umi hizo la reverencia de los niños. Era una niña hermosa El cliente sonrió, sus dientes eran puntiagudos. Umi apretó la mano de su padre.
-¿Te gustan los perros? -preguntó el cliente.
Umi asintió con la cabeza: – pero es desobediente, se escapa y arruina el jardín de mi madre –dijo y se volvió a esconder en la túnica de su padre.
El hombre sacó de su bolsillo un silbato de cobre y lo puso en la mano de la niña:
– Nunca hay perro lo suficientemente viejo como para que no pueda aprender.

El vendedor y su hija partieron. Durante el camino Umi abría la mano, miraba el silbato, miraba a su padre, cerraba la mano.

Retornaron a la casa y Umi corrió a buscar al perro. No estaba. Buscó en el jardín, en la buhardilla, en el gallinero, en la cocina.
– ¿Dónde está Kaze? – preguntó a su madre. Esta dejó la olla con arroz.
– Se escapó. Creo que estaba ofendido porque no regresabas –le acarició la cabeza– ese perro se parecía mucho a tu padre.
Umi miró a su madre, alzó los hombros. Corrió hasta el arroyo. Se inclinó en la orilla y comenzó a llamar a los peces con el silbato.